El estrés es un conjunto de reacciones corporales ante un desafío o situación de peligro que abruma la capacidad de integración de nuestro sistema nervioso autónomo.
El estrés aparece cuando la presión percibida es mayor que los recursos disponibles para hacer frente a esa amenaza.
Nuestro sistema nervioso se activa para hacer frente a las situaciones que amenazan nuestra propia vida o la de los demás. Si esta emergencia se alarga en el tiempo o se cronifica nuestro sistema nervioso puede quedarse anclado en la respuesta que fue adecuada inicialmente o entrar en un estado de colapso. Ninguna de estas respuestas son funcionales cunado la amenaza comienza a remitir.
Un aumento en la intensidad del estrés provoca un incremento en la cantidad e intensidad de la sintomatología, ya que el trauma es acumulable.
Detectar el estrés en sus primeras fases ayudará tu sistema nervioso a que vuelva a una nueva normalidad y a evitar consecuencias en tu organismo.
Lo que hace que el estrés agudo se convierta en trauma es la rapidez y la intensidad del evento vivido.
En el caso del covid-19, ha impactado en nuestra vida de una forma rápida, abrumadora e imprevisible; ha desmantelado muchas rutinas diarias que nos ayudaban a sostener nuestro bienestar.
La situación de confinamiento provocada por esta alerta sanitaria ha obstaculizado enormemente la accesibilidad a muchos de nuestros recursos personales (medio ambiente, deporte, trabajo, amigos…). Esta contexto ha dificultado la interacción cara a cara que es una demanda de nuestros sistema nervioso, de tal manera que el “otro” que era nuestro recurso de seguridad se ha convertido en un peligro potencial.